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Me encantan las Escrituras hebreas, pero también la tradición filosófica greco-romana. Esto me lleva con frecuencia a problemas y enigmas sin resolver, ya que intento (como muchos otros, tanto en el pasado como en el presente) armonizar ambas cosas. A menudo, esto no es posible, o al menos no hasta el punto que me gustaría; sin embargo, recientemente encontré lo que creo que es una buena conexión entre los dos sistemas: la creación y los cuatro elementos.
La referencia más antigua que tenemos a los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra, sólo se remonta a Empédocles (mediados del s. V a.C.). No obstante, se asumen en contextos más antiguos como los diversos intentos presocráticos de reducir la realidad a un elemento como el agua, el fuego o el aire; y sus similitudes con el pensamiento hindú (que de hecho tiene cinco elementos), hace posible que se remonten a un origen (proto) indoeuropeo. Independientemente de su origen, su aceptación por parte de Platón y Aristóteles aseguró la recepción autorizada en la tradición filosófica occidental.[1]
El orden de los cuatro elementos —fuego, aire, agua, tierra— era importante porque reflejaba en su distancia, o cercanía, a los humanos o a los dioses. Siendo el más cercano y parecido a nosotros, la tierra era considerada como el elemento más bajo.[2] El agua podía ir hacia arriba y, por lo tanto, era de un orden superior a la tierra, pero al final caía hacia abajo, mostrando también su bajeza. El aire estaba tanto sobre la tierra como sobre el agua, pero jamás podría alcanzar el cuarto nivel, que era el dominio del fuego y de los cuerpos celestes.
Volviendo ahora a Génesis, como muchos comentaristas han señalado, los primeros seis días de la creación pueden dividirse en dos grupos de seis días en los cuales Dios soluciona el “desorden” y el “vacío” mencionados en Génesis 1:2: en los primeros días Dios “forma” el universo y en los segundo tres días lo “llena”.
Si observamos los primeros tres días a la luz de la tradición filosófica griega, inmediatamente encontramos los paralelismos: la luz del día uno (que Dios “llenará” con los cuerpos celestes en el día cuatro, su paralelo), corresponde al fuego,[3] los “cielos” del día dos corresponden al aire, y el “mar” y la “tierra” del día tres corresponden al agua y a la tierra. Lo sorprendente es que no sólo hay coincidencia entre los cuatro elementos en sí, sino también en el orden: fuego, aire, agua, tierra.
Por ahora, no estoy preparado para defender que exista alguna dependencia directa o indirecta, ya sea de la Biblia o de la antigua tradición griega (ni de la tradición [proto] indoeuropea). Aunque ese fuera el caso, también podría ser cierto que ambas fuentes se remonten a una fuente común aún más temprana, o que Dios haya compuesto la naturaleza de tal manera que los seres humanos lleguen naturalmente a la conclusión de que el universo puede dividirse en cuatro elementos. Lo que espero haber conseguido en este breve artículo es llamar la atención sobre los paralelismos y dejar así que otros continúen la investigación.
[1] También incluían un quinto elemento llamado “éter”, que se consideraba el dominio de los cuerpos celestes (“espacio exterior”). Era confundido con el fuego aún en la antigüedad y su relación exacta sigue sin estar clara. [2] Aunque diferentes presocráticos sugirieron que el fuego, el aire o el agua (o los números o los átomos) estaban en la base de toda la realidad, ninguno sugirió nunca la tierra. [3] Como ha dicho Philip Ball: “En términos de experiencia, el fuego es un símbolo perfecto de ese otro aspecto intangible de la realidad: la luz” (The Elements: A Very Short Introduction), cap. 1.
Traducido por Trini Bernal, cambiado ligeramente por el autor.
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