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  • Foto del escritorAndrés Messmer

La sorprendente estructura de los Diez mandamientos

1. Introducción

Muchos ya conocemos los Diez mandamientos de Éxodo 20 y Deuteronomio 5, pero por si acaso, aquí los tienen en forma resumida:

  1. No tener dioses ajenos

  2. No hacer imágenes

  3. No tomar el nombre de Dios en vano

  4. Guardar el sábado

  5. Honrar a tus padres

  6. No matarás

  7. No cometerás adulterio

  8. No hurtarás

  9. No mentirás

  10. No codiciarás


Hasta aquí, todo bien, pero surge la pregunta: ¿por qué están estructurados así, y cuál es su lógica? Aunque los Diez mandamientos juegan un papel central en la catequesis cristiana, muchos no profundizan más que observar que algunos mandamientos hablan de nuestra relación con Dios (normalmente los 1–4), mientras que otros hablan de nuestra relación con los hombres (normalmente los 5–10). En este artículo, me gustaría profundizar en la estructura y lógica de los Diez mandamientos. (Como comentario parentético, permítanme reconocer mi deuda con la comunidad judía al respecto, y sobre todo a los sefardí de la Edad media.)


2. La estructura de los Diez mandamientos

Cuando consideramos la estructura de los Diez mandamientos, el tema más importante es cómo los podemos dividir para que nos ayude a entenderlos mejor. Los cristianos solemos dividirlos en dos grupos, con los primeros tres o cuatro hablando de nuestra relación con Dios, y los últimos seis o siete de nuestra relación con los hombres. Sin embargo, me gustaría sugerir que hay otra manera —quizá mejor— de dividirlos: en dos grupos de cinco mandamientos que hablan de nuestra relación con Dios y nuestras autoridades y los otros cinco de nuestra relación con nuestros iguales. Existen por lo menos tres argumentos a favor de dicha división.


Primero, el primer conjunto de cinco mandamientos es mucho más largo que el segundo conjunto. Si contamos las palabras en Éxodo 20:2-17 en hebreo, el primer conjunto de cinco contiene 146 palabras, lo cual da una media de unas 29 palabras por mandamiento. En cambio, el segundo conjunto contiene solo 26 palabras (15 de las cuales se encuentran en el último mandamiento), es decir, una media de unas cinco palabras por mandamiento. Esto quiere decir, que el primer conjunto de cinco mandamientos es casi seis veces más grande que el segundo conjunto de cinco mandamientos. Además, el mandamiento más corto en el primer conjunto (16 palabras) es más largo que el mandamiento más largo del segundo conjunto (15 palabras). Todo esto sugiere que tenemos aquí dos conjuntos distintos.


Segundo, parte de la razón por la que el primer conjunto es más grande que el segundo, es el hecho de que el segundo conjunto solo contiene los mandamientos, mientras que el primer conjunto contiene tanto los mandamientos como comentarios al respecto: explicaciones, razones o incentivos. De nuevo, esto sugiere que tenemos dos conjuntos de mandamientos.


Tercero, todos los primeros cinco mandamientos contienen la frase “Jehová tu Dios”, mientras que ninguno de los últimos cinco la contienen. Dicha observación sirve para reforzar dos argumentos. Primero, sirve como otro argumento a favor de dividir los Diez mandamientos en dos conjuntos de cinco mandamientos. Segundo, argumenta a favor de interpretar los primeros cinco mandamientos como dirigidos a nuestra relación con Dios, y los últimos cinco como dirigidos a nuestra relación con los hombres.


(Algunos han afirmado que las referencias a la “tierra” en los vv. 2 y 12 forman un inclusio de los primero y quinto mandamientos, lo cual serviría como otro argumento, pero es un argumento débil, como mucho.)


Antes de seguir, permítanme aclarar una duda que a lo mejor algunos lectores tienen. El quinto mandamiento habla de nuestra relación con nuestros padres, así que ¿cómo se puede afirmar que habla de nuestra relación con Dios? La respuesta es que el primer conjunto de cinco mandamientos habla de nuestra relación con Dios y sus representantes, mientras que el segundo conjunto habla de nuestra relación con nuestros iguales. Es decir, Dios realiza su voluntad en la tierra a través de las autoridades que ha establecido, y la figura más básica y primaria en nuestras vidas es la de nuestros padres. En el comentario sobre el quinto mandamiento en Deuteronomio 16:18-18:22 (algo sobre lo que tengo planeado escribir en el futuro), se expande el quinto mandamiento para incluir a otros representantes de Dios como jueces, reyes, sacerdotes y profetas. Quizá sería más útil pensar en el primer conjunto como referido a la autoridad (plano vertical), y en el segundo conjunto a nuestros iguales (plano horizontal).


3. La lógica de los Diez mandamientos

En la sección anterior, espero haber establecido por lo menos la posibilidad de dividir los Diez mandamientos en dos grupos de cinco. En esta sección, me gustaría enseñar cómo dicha estructura nos ayuda a entender la lógica de por qué fueron organizados en este orden. Hay tres ideas que me gustaría compartir.


Primero, los dos conjuntos de cinco mandamientos están organizados en orden descendiente, de los pecados relativamente más graves a los pecados relativamente menos graves. Veamos primero el primer conjunto. El pecado más serio es tener dioses ajenos, el siguiente es hacer una imagen, el siguiente es tomar el nombre de Dios en vano (sobre todo con respecto a juramentos y la apostasía), el siguiente es no guardar el sábado y el último es no honrar a los padres (y otras autoridades establecidas por Dios). Ahora veamos el segundo conjunto. El pecado más grave que podemos cometer contra uno de nuestros iguales es matarlos (es decir, el homicidio), el siguiente es el pecado sexual, el siguiente es robarles, el siguiente es contar una mentira en su contra y el último es codiciar lo que tienen. Por tanto, los Diez mandamientos no han sido recopilados y organizados al alzar, sino que reflejan una manera muy lógica de estructurar cómo vemos la santidad.


Segundo, y partiendo de la observación previa, se puede ver que los primeros cinco mandamientos corresponden de manera paralela a los últimos cinco (1 = 6, 2 = 7, etc.). Confieso que algunos paralelismos son más difíciles de ver que otros, pero por lo menos los quiero incluir aquí para estimular más reflexión al respecto.


El primero mandamiento acerca de no tener dioses ajenos y el sexto mandamiento acerca de no matar comparten la idea de que otros tienen valor objetivo e inherente, y que no pueden ser descartados de nuestras vidas. Rechazar a Dios por otros dioses ajenos es una manera de “matarlo”, y matar a una persona es un ataque contra Dios, pues somos hechos a su imagen.


El segundo mandamiento acerca de imágenes y el séptimo mandamiento acerca del adulterio comparten la idea de relaciones comprometidas y por tanto exclusivas. El AT frecuentemente compara la idolatría con el adulterio, y muchas veces los dos son asociados y van de la mano. En algún sentido, la idolatría es una manera de “tener una aventura” a espaldas de Dios.


El tercer mandamiento de no tomar (literalmente “llevar”) el nombre de Dios en vano y el octavo mandamiento de no hurtar comparten la idea del valor de las posesiones de los demás. Igual que un ladrón se lleva la propiedad de otro y la usa injustamente para sus propios fines egoístas, nosotros también nos llevamos el nombre (= fama, reputación) de Dios y lo usamos injustamente para nuestros propios fines egoístas.


El cuarto mandamiento del sábado y el noveno mandamiento de mentir son más difíciles de reconciliar, pero no imposible. Éxodo 20:8-11 y Deuteronomio 5:12-15 dicen que Israel debe descansar los sábados porque Dios creó el mundo en seis días y reposó en el séptimo, y porque Dios rescató a Israel de Egipto, respectivamente. Por tanto, guardar el sábado es una manera de testificar la verdad acerca de quién es Dios y qué ha hecho en nuestro mundo. No guardar el sábado, por tanto, es una manera de negar que Dios es el creador del mundo y el redentor de Israel, que es una manera de mentir.


El quinto mandamiento del honrar a los padres y el décimo mandamiento de codiciar son quizá los más difíciles de reconciliar, pero de nuevo, no imposible. En su raíz, codiciar tiene que ver con el deseo de ser otra persona, incluso ser más que otros. Esta idea está conectada con el deseo de ser superior a los demás, que, en un sentido, es un ataque a la autoridad. Por tanto, estos mandamientos comparten la idea de estar contento con nuestro estado en la vida, sobre todo con respecto a nuestros superiores.


Por último, la macro estructura de los Diez mandamientos es un quiasmo que abarca los tres aspectos del ser humano: nuestro corazón, nuestras palabras y nuestras acciones. La macro estructura es así:

A: Corazón: mandamientos 1 y 2

B: Palabras: mandamiento 3

C: Acciones: mandamientos 4 y 5

C’: Acciones: mandamientos 6, 7 y 8

B’: Palabras: mandamiento 9

A’: Corazón: mandamiento 10


El quiasmo nos enseña dos cosas. Primero, nuestra relación con Dios está vinculada con nuestra relación con los demás. Si amamos a Dios con nuestro corazón, nuestras palabras y nuestras acciones, también amaremos a nuestros prójimos de manera parecida.


Segundo, la manera de amar a Dios y al prójimo es diferente. Con respecto a amar a Dios, el amor empieza en el corazón, luego abarca a nuestras palabras y por fin afecta a cómo vivimos. Con respecto a amar al prójimo, empezamos con nuestras acciones, luego con nuestras palabras y por último le amamos en nuestro corazón. Sin embargo, los Diez mandamientos curiosamente empiezan y terminan en el mismo lugar: amar a Dios y al prójimo desde el corazón.


4. Conclusión

Mi propósito en este artículo ha sido el de demostrar que los Diez mandamientos no son diez reglas fortuitas, sino una colección de normas de amar a Dios y al prójimo que han sido organizadas de manera muy profunda. No ofrezco mi interpretación como la única opción posible, sino que la ofrezco como otro intento de profundizar en lo que es uno de los textos más importantes en la Biblia, los Diez mandamientos. Si nosotros los cristianos creemos de verdad que “toda palabra es inspirada por Dios” (2 Tim 3:16), no debemos sorprendernos cuando encontramos significado profundo, no solamente en las palabras, sino también en el orden en el que están ordenadas.

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